Arrebato Libros publicó el tercer poemario de Escarpa, que se proyectó como discolibro con la participación de numerosos artistas, pero acabó naciendo sólo de tinta y de papel.
Fueron años muy agitados. Tal vez por eso en Mass Miedo el lector se topa con críticas directas, en algo así como la maceración de la conciencia política del autor, que cuenta ya con canas y suficiente oficio como para descreer ligeramente de los moldes canónicos de lo poético.
Archivo sonoro
Finalmente este libro no contó con CD, pero algunos creadores como Le Parody o Josep Pedrals sí llegaron a realizar versiones sonoras de algunos de sus poemas.
Reseñas
LA RENDIJA QUE HAY ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS
El siguiente apunte supera lo anecdótico. Llega a mis manos Fatiga de Materiales de Gonzalo Escarpa (Madrid, 1977) justo cuando estoy acabando de leer Resistencia de Materiales de Jorge Riechmann. Cada cual a su manera, y ambos sin heroísmos ni victimismos, indagan ricamente lo mismo: la resistencia -y su reverso, el temblor-, de la poesía y de su aquél, -el mundo de las cosas del mundo-.
Sorprende -no del todo- que Fatiga de Materiales sea el primer libro de poemas de Gonzalo Escarpa, y que haya decidido darlo a la luz y al offset en “Poemas Desechables”, la colección de poesía que acaba de echar a andar en la valenciana Ediciones Trashumantes. Un vistazo rápido al currículo de Escarpa (autor prolífico, antologador, performer, neorapsoda digital, editor de revistas y boletines imposibles, fundador de salas-búnker para la poesía en Madrid… cosas de esas), puede llevar a pensar que este libro llega tarde o trasnochado. Un repaso sosegado a su trayectoria y, sobre todo, a los poemas incluidos en Fatiga de Materiales hace entender que Escarpa ha elegido publicar cuando ha tenido listo lo que tenía que decir (que no lo que podía vender) y lo ha hecho desde una editorial que pretende implicar al lector en el proceso poético. La colección “Poemas Desechables” invita al lector a descuajeringar el libro, deshacerse de los poemas, recortarlos por la línea de puntos y convertirlos en pajaritas de papel, dejarlos olvidados, resucitarlos o, como señala Valero Cortadura, “hacer un poema que caduque… que se pudra”, así, a lo Nicanor Parra.
“Definir es cenizar”, decía Lezama Lima. Al igual que sucede con la poesía de Aníbal Núñez -a quien, por cierto, tanta belleza debe algún que otro verso de Escarpa-, catalogar los poemas de Fatiga de Materiales en una corriente o rumbo, incluirlos en una tendencia, buscarles una escuela y matricularlos, en suma, acotar, dejaría fuera bastantes posibilidades reales del libro. De todos modos, algunas cosas concretas sí pueden decirse de este poemario: que el autor se toma el juego en serio, como propuesta vital y hasta ética y por supuesto poética “Puedes, si es lo que quieres parler, Welt / mais never try to listen muy esatto / el Sprache non servit para nada / porque es un carnavale di parole” [15]. Tan en serio como se toma el dolor o la dulzura. Que hace ritmo y con eso dice verdad: “Ata la trenza atrás, para que atrape / los cuerpos tercos. Deja que la nuca / trepe a través del ábside que truca / la luz que atravesada luz arrape” [87]. Que el poema visual o el quitarse el sombrero ante Francisco Pino puede ser casi tan brutal como descubrir las múltiples posibilidades de unos versos medidos, de los acentos encajados, del poema prieto.
La poesía de Fatiga de Materiales tiene que ver con los andares, con la trayectoria vital de Gonzalo Escarpa. No obstante, este libro se aleja de planteamientos yoístas, no es un diario de un poeta sino que se enristra más bien por la vía de la indagación, por lo que el autor, a lo largo de su existencia, ha ido desaprendiendo. Desde este sanísimo punto de partida: “Yo no comprendo nada. No por eso / me rindo. Una cuestión / de técnica, sin más” -dice el primer poema del libro-, Escarpa mete los dedos en la rendija que hay entre la realidad y el lenguaje para luego revolcarse en las palabras; más tarde se va consigo, después abre y guiña un ojo poético. Y así hasta intentar proclamar la belleza.
“Palabras que conozco”, “Lesión de lo Claro”, “El Tiempo Subjuntivo”. De las tres partes de Fatiga de Materiales, la última -donde se encuentran sus poemas más recientes- sabe a paso, como si el poeta en su afán exporador hubiera encontrado algo, como si al meter los dedos en la yaga que hay entre el decir y las cosas los hubiera sacado empapados de algo, de no sabe qué, “y celebrarlo” [9]. Julio Reija, al que cita, lo dice así: “Tú tienes un nombre, y yo lo digo. / Y al decirlo no se hace más tu nombre, / ni tú te haces más tú, / pero te giras”.
Puerto. Revista de Crítica Poética, nº 1 (2007), pp. 19-20
Gonzalo Escarpa ha escrito un libro. Esa es ya una razón para la alegría. Ha escrito un libro para poder leernos sus poemas, para invitarnos a su formar parte de su clan, para dejarnos entrar en su juego. Porque Gonzalo se dedica a jugar con las palabras, a extrañarse con ellas, a insertarlas en una espiral que las mantiene en danza.
Fatiga de materiales es una fiesta a la que no es necesario acudir vestido de etiqueta, más bien resulta imprescindible entrar sin ropa alguna, sin nada que te oprima. Escarpa ha encontrado en Ediciones Trashumantes la colección perfecta para él, la que le permite restar tanta importancia a los poemas que los convierte en desechables, otorgándoles así el principal valor de las palabras, el de ser entregadas, el de ser compartidas.
Porque Gonzalo Escarpa es un poeta generoso, un poeta de manos abiertas, de abrazos en verso. Por eso en su presentación en el Ateneo de Comisiones Obreras, el pasado jueves, supo acercarse tanto como cabía esperar.
Él dice la poesía como lo dice todo, con la poca vergüenza con la que nos permite conocerle en los tres descansillos de su libro. Hay que escucharle para poder leerle, para que así su voz resuene en los poemas y los explique, para ver al poeta dentro de la primera acepción del artificio.
Con tan poco respeto a la poesía, nos hace este regalo inesperado que merece todo nuestro respeto, se merece un paseo descalzo por sus letras que nos van rodeando. Rodéanos. Y nos rodea. Se merece que hagamos aviones de papel con sus páginas para clavarlas en otros corazones.
Él sueña con encontrar un nuevo signo. No sabe todavía que ya lo tiene, que ya lo es.
Por increíble que parezca, éste es el primer libro de Gonzalo Escarpa (Madrid, 1977). Increíble porque el autor ha colaborado en numerosas revistas electrónicas (Los noveles, Cabra sola, etc.) y su implicación en actividades artísticas es conocida, pues dirige la revista Fósforo, el boletín www.circodepulgas.net y coordina el Centro de Poesía José Hierro.
El libro se abre con una cita de Alfonso Costafreda cuyo último verso explicita la tensión entre vida y palabras: “¿Son vida las palabras o van contra la vida?”. De esta duda no resuelta que recuerda también a la Ernestina de Champourcin de los versos “Todos van, todos saben… / solo yo no sé nada” (poeta a quien también se cita en el poemario) parten los poemas: del pasmo, de la incomprensión. Pasmo que no obsta para que el autor escriba y propague “el pan del estupor […] / y no comprender nada / y celebrarlo”. De modo que estamos ante un libro celebratorio pese a todo, de un autor vitalista y en las antípodas de la famélica legión poética que confunde lucidez con suicidio e idolatra a Pizarnik, Plath y a otros porque fueron muy desgraciados e incomprendidos y, colmo de lucidez, se suicidaron.
Tres secciones articulan un libro que se acerca más a la antología de poemas propios que a una obra orgánica: “Palabras que conozco”, “Lesión de lo claro” y “El tiempo subjuntivo”. Las tres partes tienen varias características comunes. Una es la presencia de rasgos vanguardistas: desde abolir la puntuación y no usar mayúsculas hasta el uso del poema visual, pasando por el uso de paréntesis dentro de una palabra y otros juegos diversos con la tipografía. Pero se contrabalancea esta presencia de lo vanguardista con la ortodoxia de las sílabas contadas en numerosos poemas. También atraviesa Fatiga de materiales un juego constante con las palabras que la mayoría de veces es brillante y alguna vez, pueril.
“Palabras que conozco” pone en verso diversas preocupaciones con respecto a la poesía. Por una parte, ya quedó dicho, la actitud con que cabe afrontar dicha actividad. Por otra, el cansancio que provoca el lenguaje y que lleva a que el poeta prefiera incluso el silencio. También hallan espacio poemas más ingeniosos como “Para mí”, que glosa unos versos de Nicanor Parra que instaban a elegir las diez palabras más hermosas del castellano. En estos poemas (como en la “Oración a Francisco Pino” en que tergiversa deliberadamente a Juan Ramón Jiménez con un “danos / la cosa exacta de los nombres”) Escarpa se mueve como pez en el agua y da muestras de una imaginación y capacidad de asociación verbal deslumbrantes. Puede así dar rienda suelta a la invención de neologismos para pedir “desalbertízanos / desnerudízanos” y usar aliteraciones o paronomasias que incluso generan una poética: “No mido el tiempo con el tiempo. Mido / lo que dura en mis ojos lo que miro”.
En esta parte tienen cabida experimentos poéticos de diversa índole, como un soneto que mezcla castellano, portugués, francés, alemán, inglés e italiano (“Babel”, que ya apareció en el número 630-631 de El Ciervo). Junto a este soneto, descuella el titulado “Si hubiéramos sabido que el amor era eso” (una revisión del “tiempo subjuntivo del arrepentimiento”) y desmerecen otros dos, “Aclárate la luz de la mirada” y “Ata la trenza atrás, para que atrape”, ambos prescindibles. Son también memorables “La ceremonia de las horas tuyas” o un “Más recomendaciones para Julias” que retoma el conocido poeta de J. A. Goytisolo y recusa la idea de que nada nuevo se esconde bajo el sol poético.
Esta última aseveración se contradice con un verso de la sección siguiente, “Lesión de lo claro”, pero estamos ante un libro de poemas, no ante un programa electoral que deba cumplirse. “¿En qué lugar no hay un poema?” trata de la angustia a la que se puede ver abocado el autor moderno, obligado a la originalidad y la novedad (lejos del concepto renacentista de la “imitación compuesta”). En estos versos se reconoce de modo humilde que en un poema “vive un cementerio, / el cadáver de un verso / en otro verso”.
Si la primera sección aborda la función de la poesía y la segunda versa sobre el significado de la belleza, la tercera trata del amor, así a las mujeres como a la literatura. “El tiempo subjuntivo” se abre con una declaración de amor a la literatura y una captatio benevolentiae, porque frente a los autores admirados, la torpeza expresiva es lacerante: “son ellos los que dicen amor / cada vez que yo digo cenicero”.
Cabe desear la mejor suerte a Ediciones Trashumantes y su apuesta por un concepto arriesgado de la poesía, así en los contenidos como en la presentación. Quienes accedan a la página web podrán leer que un verdadero programa de acción poética: “El receptor puede, si así lo desea, arrancar los poemas del libro para convertirlos en aviones que los conviertan en textos trashumantes, o simplemente recortarlos y convertirlos en autónomos y susceptibles de ser regalados, exhibidos u olvidados en el metro”.
En cualquier caso, no es recomendable reconvertir en aviones que vuelen lejos de nuestra estantería esta Fatiga de materiales, la segunda entrega de una editorial novedosa y el magnífico (falso) debut de un poeta que contagia alegría de vivir.
ACADEMIA
La reivindicación política en España a través de la poesía. Ana Vidal Egea
Polémica
Para bien o para mal, uno de los poemas recogidos en este libro generó reacciones encendidas en diferentes frentes. Aquí puedes leerlo y conocer la historia que a punto estuvo de valerle varias denuncias a su autor, además de participar en una suerte de continuación del texto.
Éste es uno de los pocos libros de Escarpa que cuentan con una distribución más o menos normal, y puede encontrarse en librerías amigas como Traficantes de Sueños.